Por: Fabricio Callapa*
Voy a escribir sobre un sujeto que muere en un accidente de tránsito,
sí, es un accidente, nada a propósito. No daré su nombre puesto que sus familiares
se avergonzarían y luego me llamarían por teléfono para que les rinda cuentas
por entrometerme en su vida personal aún sin haberlo conocido.
Supongamos que se llama Sergio.
Supongamos que apellide Vedia.
¿Valdría más dar su nombre o su apellido?
Si de pronto decimos: Sergio. Desde Lo Oscuro, se darán la vuelta más
de mil personas con mandiles blancos, escuchándonos, y en un coro uniformizado
responderían: ¿Qué?
No... nada amigo.
¿Y si lo llamamos por su apellido?
El linaje de los Vedia se daría la vuelta y encontraríamos a otra
multitud, comenzando por el abuelo que también se llamaba Sergio Vedia y que
por nostalgia, el padre hubiera llamado así al hijo e igual el abuelo, creyendo
que dentro del nombre se perpetuaría un hombre, ¿nombre?, ¿hombre? Sólo letras
de diferencia.
Así que Sergio Vedia... de la generación 1985-1990.
¿Cuál de ellos?
Se paran en fila varias escaladas de una existencia para ingresar a su
propio rol narrativo, a la propia armazón narrativa.
El Bebe suelto en un carro-cuna y abandonado.
El Niño pre-escolar con remaches en las rodilleras.
El Niño escolar y su guardapolvo sucio y lleno de tierra.
El adolescente y el acné de su rostro, su cabello fijado por un gel y
una prepotencia habitual.
El resto son ataúdes en los diversos estados de putrefacción.
Opción 1... El adolescente y el Primer Ataúd.
En una escena clásica de la que el vivo ve cómo lo entierran o puede
apercibirse de que ha muerto, pero él no ha muerto, pero él aún siente su
tangibilidad dentro de la existencia.
Ve de golpe toda una maratón llorosa de lamentos y voces que siempre al
siniestro y atroz convierten en héroe y necesario por la simple razón de que ya
está muerto.
¿En dónde?
El lugar no importa.
Desesperado corre en frente de todos sus familiares y se pone ante
ellos gritando que está vivo y ellos responden:
─ Sí, estás vivo en nuestros corazones.
Entonces se para, desesperado, para bloquear al auto fúnebre y ahí
muere... atropellado, el chofer no se había dado cuenta del rompemuelles que
atravesó.
Opción 2. Adolescente y niño pre-escolar.
A punto de suicidarse, observa en un espejo quebrado, por la parte
superior, las rasmilladuras mínimas de un inicio, aquellas que acercaban a un
dolor cada día más incisivo y contundente. La idea de su propia muerte lo había
acostumbrado a una rutina más, sus ansias esporádicas de extraerse la vida como
un hombre se quita los zapatos le obsesionaba, era una rutina más, como la de
escuchar música cada tanto. De ahí que en forma progresiva se dañaba para
sentir al dolor en todos sus matices; dedos, manos, brazos, excoriaciones,
hematomas, incisiones. Pero pronto se aparecería en la escena final.
Decide colgarse.
Busca entre sus ahorros el dinero para una soga, no le apetece una
cualquiera, debía ser especial. Camina hacia el mercado, a una tienda
especializada en materiales para... suicidios.
─ ¿Tradicional?- Pregunta el Gerente.
─ Una soga.
─ Ah... asfixia, ¿tradicional o compleja?
─ Eh... perdón.
─ La Tradicional sólo viene con las pastillas, el mensaje de última
voluntad y... claro, la soga. La Compleja, tiene el libro del suicidio, la
carta del suicidio, el anuncio televisivo, los sedantes que duran incluso más
que las pastillas del Tradicional y un cinturón de buena marca, por si alguno
de tus familiares quiera usarlo después de tu... broma.
El gerente despega una risa mutante.
─ Sólo tengo Cincuenta pesos.
─ Eso te alcanza para una Tradicional.
─ Está bien.
─ ¿Factura a nombre de...?
─ No lo veo necesario.
─ La factura permite un descuento para la funeraria, en casos negativos.
─ Ah... bueno, así sí.
─ ¿El mensaje de última voluntad?
─ Váyanse a la mierda. Mierda con mayúsculas y todo entre signos de
admiración.
─ ¿Letra regular o cursiva?
─ Regular.
─ De acuerdo.
Después:
─ Un momento por favor, espere mientras se procesa el mensaje de última
voluntad... bueno, aquí está. Vuelva cuando pueda.
─ Gracias.
Sergio Vedia sube a un autobús con prisa, la gente de su alrededor lo
contempla detenidamente, seguro que la mayoría lo vio salir de ese negocio, la
mirada de todas esas personas podría asemejarse en la seriedad con la cual
Sergio se victima, de uno de sus bolsillos saca un masticable y antes de
abrirlo se dice:
─ La última cosa dulce que pruebo.
Y lo interrumpe un niño, un pre-escolar que a balbuceos pareciera
maldecirle, en su habla desfigurada, sujetado caricaturescamente ante una mujer
joven, que podría ser su madre o su hermana mayor, los rasgos lo delatan.
En el trayecto el conductor sufre un desliz y pierde el control
estrellándose contra un poste eléctrico, y por detrás autos en alta velocidad
colisionan contra el autobús, revientan los motores a gas comprimido, los
cuerpos terminan como amasijos de tránsito.
Horas tras el suceso, al investigar en el lugar de los hechos, hallan
entre uno de los cuerpos chamuscados, una soga importada, defectuosa, una
plataforma de plástico y una chapa barata con un mensaje obsceno salido de una
bolsa:
V & V
Expertos en simulación de Suicidios.
Materiales.
Fundamentos.
Montajes.
Calle San Esteban. Nº 3803
Telf: 2284568
Opcion 3... no hay 3.
No hay comentarios:
Publicar un comentario