viernes, 7 de diciembre de 2012

Editorial 11: ¿Cuál es la función del arte?


En una de esas noches de tertulia, presuro­sos de encontrar una conclusión victoriosa, nos detuvimos en un incómodo momento de contradicciones. Nuestras posiciones de se­guro errantes, pero versátiles en su propuesta y comentario, hilaban nuevas reflexiones, dudas y azares, que cayeron hasta que el tiempo indicó la hora perdida y el lamento de lo insatisfecho.
Nos pareció oportuno abrir el debate sobre una pregunta que aún creemos irresuelta: ¿Cuál es la función del arte?
Para empezar, la delimitación conceptual de Arte, y sus variadas acepciones fue un meollo bifurco, una contrastación de aquellos que defienden el arte por el mero sentido estético, una búsqueda paisajística de la reali­dad, que busca por sobre todo lo sublime “lo bello”.
Contradecimos de momento, cuando consensuamos prematuramente que el arte no se podría limitar a la peregrinación de lo bello, ya que de hecho es excesivamente relativa y subjetiva. Caería trágicamente ante la vora­cidad social tan abigarrado definir lo bello en planos aplicables a la urbanidad.
Gateando un poco, bordeamos los conceptos utilitaristas, de aquellos que encuentran una trascendencia de responsabilidad social, “un arte comprometido con su realidad”. Claro que en esta misma línea, hay aquellos que se abren un poco más y sentencian el “Arte como ese reflejo de motivaciones cotidia­nas”, que busca por sobre todo, un público, un aplauso, un sentirse observado y querido.

Seguíamos divagando en un sentido indivi­dual. También la búsqueda de aplauso es un acto de satisfacción personal. Preguntamos ¿si el arte sólo buscaría el aplauso, sería arte? Cosa que pudimos desmentir, al recordar que la misma pecaría de una actitud zalame­ra casi fingida del artista ante el público, que limita el acto de creación hacía una subordi­nación comercial.
Sin querer entramos hacía la compresión del sujeto que hace el arte: “El artista”. Seguro una ciudad sin artistas, sería una ciudad des-almada, y volvimos al debate.
Era inevitable, también el artista es humano y necesita comer, que fuera de los aplausos, debe tener condiciones materiales que le per­mitan reproducir sus habilidades artísticas.
Reímos ante dos sugerentes afirmaciones, “El artista se debe a su público” y al mismo tiempo “El artista come de su público”, es una dependencia casi vital, para ambos.
Pero no todos los artistas ganan ni dinero, ni aplausos, hay motivos artísticos que fue­ron derrotados. La influencia occidental con todo su poder mediático y globalizante, pudo aniquilar a todo aquello que no entró dentro del rating de lo comercial, es el que de cierta forma define los cánones artísticos.
Analizamos un poco los cánones artísticos que siempre están en constante disputa in­terna, y cambian en función a las diferentes variables sociales, culturales, económicas, políticas, etc., son determinadas por un con­texto de triunfo y derrota.
Los cánones podrían ser desde consensos colectivos de lo bello, hasta una imposición soberbia de la industria que controla el arte.
Siendo sinceros, duro mucho el debate sobre lo comercial. A pequeña conclusión, aterri­zamos en la existencia de fantasma que cir­cunda y vicia la creación artística, “los cáno­nes artísticos de lo comercial”. Fuera de las habilidades artísticas, éstas están destinadas hacía el exilio de la soledad social, si es que uno no sigue la ruta que traza lo vendible.
Por otra parte recordamos a muchos artistas que en su tiempo no fueron reconocidos, es más murieron en el olvido y la pobreza, pero que pasado los años pudieron ser hitos his­tóricos, “Adelantados para su tiempo”. Como alguien diría.
El Arte debe de ser revolucionario.
Ese fue un deseo vehemente, esperar que el artista sea un sujeto transformador, cuestio­nador, flexible y orientador de los senderos por los cuales la sociedad deba de dirigir su mirada.
Cuantas generaciones lograron desnudar su ruptura contra generaciones pasadas, contra cánones casi intocables, contra formalismos asfixiantes. Cuantas veces el artista se ha pa­rado en la desesperación, en el grito urgente y altivo, que pueda hacer la pequeña hendi­dura por dónde pase la historia.
Era irresuelto, definir la función del arte, era más complicado de lo que habíamos imagi­nado
Ante la premura de acelerar una conclusión digna de convalidar el debate, sacamos hila­chas hilvanando un cosquilleo que espera­mos sea imperecedero.
¡Que se abra la Tertulia!

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